Ahora que Santiago se enorgullece de sus torres con sus correspondientes ”infiernos“ para estar en la onda, yace un poco olvidada la más graciosa de todas; la Torre de los Bomberos. Es una vieja dama y como corresponde a nuestras costumbres, un tanto desfigurada por los letreros de acrílico y las antenas que la contaminan. 

Es de maravillarse que no haya sido declarada Monumento Nacional, que en esta materia, como en los premios Nacionales, disparamos de chincol a jote. Si en la Lista de Monumentos Nacionales figura una ponchera, no le haría mucho daño, agregarle una “paila”.

Es, la vieja dama, la segunda que ocupa ese lugar. Antes en 1866 Fermín Vivaceta construyó la primera, por encargo del directorio del Cuerpo de Bomberos, con el exclusivo propósito de sostener una campana que sirviera de alarma a los voluntarios. La Torre de Vivaceta fue reemplazada por la actual en 1893. 

En los primeros tiempos "el aviso del incendio estaba a cargo de guardianes montados que recorrían las calles a galope tendido, golpeando las puertas de cada voluntario, cuyas casas se hallaban para este efecto marcadas con una estrella que se clavaba en cada puerta”.

Don Enrique Meiggs, que empleaba una gran campana para llamar a sus obreros en la obra de construcción del ferrocarril de Santiago a Valparaíso decidió traspasarla a los bomberos , en 1856, a cambio de 1.500 pesos. ”Mister Motemey”, como se le conocía, era por esos años segundo comandante del Cuerpo Bomberil.

Tal es el origen de la “paila”. La versión de que esta campana habría pertenecido a la iglesia de la Compañía, cuyo terrible incendio dio origen a los voluntarios santiaguinos, es errónea.

Por LUKAS. Renzo Pecchenino. Originalmente publicado el 5 de junio de 1981 en el Diario La Segunda, de Santiago. 

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