También
este mito tiene como protagonistas a personajes que más tarde se transformaron
en pájaros. Yo'ocalía, el tiuque, llegó a un campamento constituido por varias
familias, donde descubrió a una hermosa joven. Tenía el propósito de contraer
matrimonio con ella, pero se oponía a ello el hecho de que todos lo
consideraban antipático. No obstante, ante su insistencia, la muchacha le
prometió finalmente casarse con él. Pero cuando él trató de hacer efectivo el
enlace, ella se negó a acceder, y se mofó de él, al igual que los demás.
Los
varones salían frecuentemente de caza. Al matar guanacos, extraían de ellos las
tripas, las invertían y empleaban para preparar morcilla con la sangre del
animal. Cómo deseaban poner en ridículo a Yo'ocalía, llenaban la destinada a él
con sangre extraída de sus propias narices, y se la ofrecían con significativos
gestos, que todos entendían, menos él.
El
pobre joven comenzó a enflaquecer de este modo, y finalmente inspiró lástima a
dos buenas amigas que tenía, quienes le revelaron la mala jugada de que era
víctima de parte de los cazadores.
Aburrido
de la vida que llevaba, acordó finalmente retirarse del campamento. Dio a
conocer ese propósito sólo a esas amigas, a quienes prometió premiarlas,
mientras que los demás vecinos iban a ser castigados por él.
Sin
que nadie se enterara de ello, se fue y dirigió a la choza de su padre, que era
un famoso yécamush, como los yamanas llaman a sus magos, cuyas acciones son
netamente sobrenaturales. Suponen que mediante un estudio especial logran
preparar su quéspij (alma, ánima), capacitándolo para entrar en relación con un
yefáchel, una especie de segundo yo, que pueda alejarse por el espacio, a fin
de practicar telepatía, averiguando acontecimientos y dirigiendo a otras
personas o animales, que de este modo realizan las órdenes que el yécamush les
imparta. Pueden así también matar o hacer enfermarse a otra persona, de modo
que actúan también como los calcus (brujos) de los araucanos, reuniendo las
funciones de éstos y de los machis, que, entre los mapuches, como luego se verá,
se encuentran separadas.
Interrogado
por la madre por qué llegaba tan flaco y de mal semblante, Yo'ocalía informó a
su familia sobre el tratamiento que había recibido en el campamento, en que
todos se mofaban de él, sin excluir a la joven que había prometido aceptarlo
como esposo.
El
padre, al saber todo eso, se indignó y prometió castigar a esa mala gente. No
se levantó de su lecho, sino que se ensimismó y evocó la presencia de su
yefáchel. Parecía estar durmiendo, pero en realidad su espíritu estaba
activísimo. Dirigió su segundo yo a una gran ballena que estaba en la alta mar
y la hizo vararse cerca del lugar del campamento. Hizo, finalmente, que su
propio quéspij se trasladara a esa ballena, a fin de dirigir desde su interior
el reparto de la carne.
Efectivamente,
en la mañana siguiente, al observar la ballena varada, los ocupantes del campamento
se dirigieron de inmediato a la playa y se dedicaron a despedazarla,
repartiendo los trozos de carne y grasa. Hubo una alegre fiesta, y muchos
recordaron la torpeza del joven Yo'ocalía y el engaño de que lo habían hecho
víctima.
Pero
Yo'ocalía padre hizo que los trozos de carne que habían ingerido volvieran a
adquirir vida. Todos sintieron repentinamente en sus estómagos una fuerza
irresistible que los impulsaba a dirigirse a la ballena. Allá, los trozos que
se le habían cortado volvieron a incorporarse a su cuerpo, y el animal recuperó
la vida. Ahí estaban los cazadores, la novia infiel, todos los que se habían
divertido a expensas del joven Yo'ocalía, y sólo las dos amigas que habían
informado a éste de las bromas que se le estaban haciendo, permanecieron sanas
y salvas en la playa.
Quien
observe el dorso de una ballena, reconocerá de inmediato que está poblada de
picos, choros, cholgas, erizos y muchos otros mariscos: son los castigados por
el poderoso yécamush.
*Texto
adaptado de Mitos y Leyendas de Chile, de Carlos Keller.