Por Rodrigo Javier Dias[1]

No han pasado siquiera diez días desde el inicio de la ofensiva rusa contra Ucrania, su viejo y conocido vecino. El conflicto, cuya resolución por el momento no aparece en el horizonte, ha vuelto a sacudir un mundo que todavía no termina de recuperarse por completo tras más de dos años de pandemia, reavivando algunas discusiones políticas y geopolíticas que el paulatino control del Covid19 había aplacado.

No obstante, mientras las tropas rusas continúan asediando la capital ucraniana, la población civil huye y las negociaciones entre ambos países parecen no llegar a un acuerdo, podemos decir que este nuevo conflicto ya tiene un vencedor.

Nobleza obliga, debo hacer una aclaración para los lectores: en los próximos párrafos no voy a soltar ningún vaticinio obtenido tras derivas astrológicas ni voy a hacer apología de la paz mundial. El análisis que les propongo va un poco más allá de eso.

Decía algunas líneas atrás que este conflicto ya tiene vencedores. Están ahí, a simple vista, muy tranquilos, viendo cómo son de a poco absorbidos, normalizados y replicados por una gran (y preocupante) parte de la población. Son intangibles pero el peso específico que poseen y el daño que causan es contundente.

Para encontrar a esos vencedores basta con hacer un barrido por las distintas redes sociales y los medios de comunicación: en los discursos, en las declaraciones, en las reflexiones de sesudos expertos en la temática y en la tierna ingenuidad de los neófitos y ajenos que se atreven a explorar nuevas tierras. Se los presento.

 

El dominio cultural

 

El conflicto ruso-ucraniano parece haber reseteado la memoria global. Tras tres décadas ininterrumpidas de intervenciones –en muchos casos de decisión unilateral- por parte de Estados Unidos y sus socios del Occidente eurocentrista, el inicio de las acciones bélicas rusas en territorio ucraniano volvió a poner de manifiesto la vigencia del hegemón, que jamás dejó de ser el dominante.

Tantas veces señalado como una potencia en decadencia, en retracción y debilitada, Estados Unidos demuestra que la maquinaria simbólica que supo construir tras el final de la Segunda Guerra Mundial se encuentra perfectamente aceitada. Los fantasmas dormidos y nunca perdidos de la Guerra Fría volvieron a rondar las mentes de propios y ajenos y –casi de inmediato- los hilos de la trama se volvieron a tejer.

Prosperidad, democracia, libertad, son solo algunos de los conceptos que hoy pululan en la vorágine discursiva que se desprende del análisis del conflicto. Y no es que uno no esté a favor de todo ello, no está de más aclarar. Pero lo que sí se destaca es que toda esta semántica que inunda titulares por doquier parte de un sustento contradictorio: invoca precisamente a los mismos interlocutores que han intervenido sistemáticamente en cada rincón del mundo –y vuelvo a reiterarlo- que no se considera dentro del universo Occidental. Mencionar “ataques preventivos” de Estados Unidos podría llevarme varias páginas. Ni que hablar de sus socios: el Reino Unido desde el territorio usurpado de las Malvinas o Israel en suelo Palestino bregando por la libertad del pueblo ucraniano es, cuanto menos, sarcástico.

Sin embargo, no por ello deja de ser efectivo. Aquella férrea dicotomía construida en torno al buen capitalista y al mal comunista hoy ha vuelto a cobrar vida: no importa si ambos bandos cometen los mismos atropellos, siempre serán perdonados unos bajo la máscara de la democracia (algo que retomaremos más adelante) mientras que otros serán señalados por ser los disruptores de la paz. Décadas de penetración y asimilación cultural de ese american way of life y sus construcciones derivadas han hecho posible que hoy el abanderado de la desestabilización política y las guerras siga siendo, más que nunca, también el abanderado de la libertad.

 

El racismo epistémico

 

Siguiendo la línea anterior, no es sorpresa tampoco que aún hoy en pleno siglo XXI subsistan algunas construcciones imaginarias que datan de unos cuantos siglos atrás. Pero para el presente análisis es necesario destacar que existió un punto de quiebre: Ramón Grosfoguel[2] lo señala en el primer gran triunfo de Occidente, luego de que las cruzadas contra el Al-Andalus cumplieran su objetivo, en el siglo XV. Con el despliegue colonial subsiguiente, el renombramiento y la reconstrucción del mundo conocido bajo la cosmovisión de los conquistadores, el conocimiento universal normalizado se estructuró detrás de una epistemología masculina, occidental, cristiana y eurocéntrica que denostaba toda alternativa como pagana, herética o bárbara.

Sin embargo, a partir del siglo XIX y en plena carrera colonialista e imperialista impulsada por las revoluciones industriales esta reconstrucción del mundo bajo la visión occidental incorporaría una nueva dimensión a partir de los aportes de los naturalistas, antropólogos y también geógrafos: la racialización.


A partir de la construcción de una otredad inferior, funcional para legitimar los avances –y los horrores- de los países europeos, se construyó también un dispositivo que cimentó un reordenamiento jerárquico del mundo. Las ideas de Vidal de la Blache en torno al “dominio de civilización” y los “géneros de vida”, como así también las teorías Ratzelianas que convertían a los estados en organismos débiles o fuertes son solo algunas referencias que podemos mencionar. Desde allí, y ayudado también por el perfeccionamiento del sistema mundo bajo un orden inevitablemente capitalista, los imaginarios emergidos de este período se actualizaron, incorporando nuevas percepciones de lo distinto como subdesarrollado, primitivo o antidemocrático. ¿Les suena?

Volvamos a los medios. Tomemos solo algunos flashes de periodistas destacados en Ucrania y otros tantos que aparecen desde los estudios, y podremos escuchar (casi de forma literal) que Ucrania es un país “casi civilizado”, “casi europeo” y que es raro que allí sucedan esas cosas, “no como en Iraq o Afganistán, que están acostumbrados”. Vemos funcionarios diciendo que les da pena ver morir a “europeos rubios de ojos celestes”, y otros periodistas que se sorprenden de que esto suceda aquí y no en países no desarrollados del tercer mundo. Civilización o barbarie; desarrollado o no; Europa o algún otro lugar perdido del mundo, o la concepción que ustedes prefieran, lo cierto es que el racismo epistémico ha demostrado ser el otro gran vencedor de este conflicto, aunque no será el último.


Desmemoria, desinformación y sedentarismo cognitivo

 

Aquellos que alguna vez hayan leído a dos de los grandes visionarios profetas de nuestra actualidad como lo fueron George Orwell con su obra 1984 y Aldous Huxley con Un mundo feliz, no podrán evitar comparar las distópicas particularidades de esas novelas con esta violenta realidad que atravesamos.

El análisis y la cobertura mediática de este conflicto no hace más que reforzar el surreal escenario al que estamos acostumbrados a diario por el solo hecho de sumergirnos en algunas plataformas: podemos encontrarnos desde infografías que asocian países con banderas que no son, videos que reivindican pilotos en combates de videojuegos y fotografías de conflictos pasados que se reciclan y circulan sin ningún tipo de verificación previa.

El entramado mediático opera sin ningún tapujo, contando desde el vamos con una sociedad que se caracteriza hoy por un sedentarismo cognitivo construido a partir del fácil acceso a todo lo que necesita ver y saber. En esta sociedad tan ordenada bajo los estándares del progreso como resultado del esfuerzo, el mito de la meritocracia se incinera en público cada vez que vemos aparecer un periodista, un político o una personalidad reconocida incapaz de distinguir –solo como ejemplo real- entre Alemania Oriental y Occidental al momento de hablar de los antiguos bloques del mundo bipolar o incapaz de reconocer que Yugoslavia, como la conocimos hasta hace treinta años, ha dejado de existir.

Podríamos afirmar entonces que el interés característico de la humanidad por ir más allá de lo que le presentan queda ocluido por una batería informativa de brutalidades que no soportan el mínimo análisis: hablar de neocomunismo zarista y considerarlo como válido, por ejemplo, es fiel reflejo de ello. Pero no es lo único ni lo peor. La reversión y libre interpretación del pasado, la reconstrucción de la historia de acuerdo a las necesidades del momento se ha convertido también en un parámetro de esta actualidad, aunque no podría lograrse sin esa inestimable colaboración de la sociedad. El estatismo, el conformarse con escuchar o leer solo lo que uno piensa –que es, ni más ni menos, lo que un sector importante de los medios y las redes tienen como objetivo- ha retroalimentado hasta la saciedad a esa maquinaria. 

Es cierto que esta distopía en la que vivimos promulga el desconcierto. Pero la calma pasmosa que rodea a la desinformación y la desmemoria ratifican que si existen vencedores en este conflicto, estos están entre ellos.


Postdata

 

Claro está que ninguno de estos tres vencedores podría triunfar sin la presencia de los otros dos. El entramado actual de este complejo orden mundial se muestra como una sólida construcción de sentidos desplegados en pos de hacer parecer que –valga el parafraseo a Thatcher- cualquier otra alternativa no solo es imposible, también es maligna e indeseable. La vigencia y la continuidad de este culto a la libertad bajo las condiciones del capitalismo neoliberal -una libertad al borde de convertirse en un significante vacío, excluyente, segregacionista y proclive a la desinformación- nos arroja a la interminable y ardua tarea de seguir construyendo una alternativa en esta disputa de sentidos en torno a una sociedad más igualitaria. Porque, no seamos ingenuos, esto va seguir sucediendo.



[1] Docente, Escritor e Investigador. Creador y director de Un espacio Geográfico

Es Licenciado en Enseñanza de las Ciencias Sociales con orientación en Didáctica de la Geografía por la Universidad Nacional de San Martín, Profesor de Geografía por el Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”, con especializaciones en Geografía de África y Oceanía, Geografía de Asia y Geografía de la República Argentina – Procesos Sociales y Económicos; y Maestrando en Sociología Política Internacional por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Escribe regularmente para Meridión y Revista Movimiento. Autor de los libros “En el borde” y “Desde el infierno urbano”

Correo electrónico: rjdias082@gmail.com

Sitio web: www.unespaciogeografico.com

[2] Si desean profundizar en el concepto de racismo epistémico les sugiero esta lectura: https://biblat.unam.mx/hevila/Tabularasa/2011/no14/15.pdf


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