En este Viernes Santo, me quisiera detener a meditar en las palabras que Pilato pronuncia cuando presenta a Cristo después de ser flagelado, con una corona de espinas y un manto color púrpura: «Aquí está el hombre». Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En los Evangelios vemos que Juan el Bautista lo reconoce como el cordero de Dios «Ecce agnus Dei», nos revela su naturaleza divina; en cambio Pilato lo reconoce como verdadero hombre «Ecce homo», y nos revela su naturaleza humana.
La pregunta que me surge en este momento es: ¿Por qué Pilato lo reconoce como verdadero hombre bajo ese aspecto? Pues sabemos que Juan lo reconoció mientras estaba bautizándolo.
Cristo, flagelado, es la imagen del hombre herido por el pecado. No tiene apariencia humana, es una llaga de pies a cabeza y es una llaga de puro amor. Sabemos que toda herida, toda llaga deja una marca difícil de borrar. Cristo sufre por mí y me muestra las consecuencias del pecado en mi vida. Es el hombre quien le causa semejante daño a Cristo, pero también es el hombre quien sufre. Jesús conoce el sufrimiento de cada hombre y toma sobre sí todo el peso, todo el sufrimiento sólo por amor. Dios no es indiferente ante el dolor del hombre, Él mismo decide sufrir con nosotros y por nosotros. Sufrir por amor muestra la grandeza y veracidad de ese amor. «No hay amor más grande, que aquel que da la vida por sus amigos». (Jn 16,14)
Tomemos conciencia de que Jesús sufre por mí y me dice: «Esto es lo que hace el pecado en tu alma y lo que me haces a mí, pero mira que todo esto lo acepto y lo sufro sólo por amor a ti. Aunque me hayas ofendido y me sigas ofendiendo, nunca te dejaré de amar y cada vez te amaré más».
Yo sólo le puedo decir: «soy el culpable de este aspecto que tienes. Soy yo quien te hirió, te escupió, quien se burló de Ti, quien te ofendió. Te pido perdón por lo que te he hecho y te pido me ayudes a nunca más volverte a ofender»..
«Señor, ¿quién es el hombre para que de él te acuerdes, para que te hagas semejante a él?» (Salmo 8).
«¿Cuándo Jesús se ha revelado rey? ¡En el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Alguno de vosotros puede decir: “Pero, ¡padre, esto ha sido un fracaso!”. Es precisamente en el fracaso del pecado —el pecado es un fracaso—, en el fracaso de la ambición humana, donde se encuentra el triunfo de la Cruz, ahí está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz se ve el amor, este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que aparece como la realización última de una vida dedicada a la total entrega de sí en favor de la humanidad».


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