Perú y Estados Unidos competían en la exportación de guano. El país sudamericano, para poder competir, recurrió a tácticas que sus rivales estadounidenses practicaron extensamente en el siglo XIX: se enviaron barcos a China donde prometían a los humildes campesinos trabajos bien remunerados en las minas de oro. Cuando llegaban a Perú, eran enviados a las islas para trabajar en las minas de guano en condiciones de semiesclavitud. En 1875 había más de cien mil chinos en Perú.
A finales de 1862, ocho barcos zarparon de Perú y tras recorrer más de tres mil kilómetros llegaron a la isla de Pascua. Tras un intercambio de baratijas y regalos, los marineros rodearon a los pascuenses y los capturaron. Algunos fueron abatidos en la huida, otros se despeñaron por los acantilados.
De esta forma un tercio de la población (casi todos los hombres adultos) fueron hechos prisioneros y llevados a trabajar a las minas de guano. Al final, la opinión pública entendió que Perú se había excedido y obligaron a liberar a los prisioneros pascuenses. Cuando se repatriaron a los supervivientes de los trabajos forzados, sólo quedaban cien hombres con vida. En el trayecto de vuelta a casa, la viruela mató a ochenta y cinco. Solo quince volvieron a pisar la isla de Pascua y no todos en perfectas condiciones.

La epidemia de Viruela azotó a los rapanuis. Desde los 6000 que habían en 1860, solo quedaban un centenar cuando Policarpo Toro, capitán chileno, visitó la isla en 1885. Fue tras esto que pidió su anexión a Chile, lograda tras un acuerdo con los nativos, cosa que a la postre salvaría a los isleños del exterminio. 

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