Por cada kilómetro cuadrado dedicado a la agronomía, existen cuatro donde operaban los grandes pesqueros, ocupando más del 55% de la superficie oceánica de la Tierra.
Al contrario de lo que ocurre con las parcelas agrícolas, cuya explotación suele pertenecer al país donde están situadas, las zonas pesqueras de alta mar están repartidas por unos pocos países. El 85% de las capturas fueron acaparadas por tan solo cinco países: China, España, Taiwán, Japón y Corea del Sur, por ese orden.
En el Pacífico sudeste, tres especies representan un 80 por ciento de las capturas totales: la anchoveta peruana, el jurel chileno y la sardina sudamericana. Antaño la situación era muy distinta, pero las grandes flotas han destruido la diversidad de recursos.
Desde unas 40 millas de la islas del Pacífico es posible ver las flotas pesqueras de China, España, Japón o Corea; muchas son ilegales porque no usan posicionamiento satelital, burlando las cuotas establecidas y expoliando los mares de Polinesia y Sudamérica.
Los grandes barcos pesqueros se llevan el atún de las aguas que rodean a la Isla de Pascua, quitándole literalmente el alimento de la boca a los isleños, sin darles nada a cambio. Solo destruyendo su medio ambiente y sus fuentes de ingreso.
Los trabajos que la FAO está realizando indican la existencia de sobrecapacidad en las flotas atuneras industriales del mundo. En este contexto, se ha estudiado la posibilidad de establecer una moratoria sobre la construcción, juntamente con la elaboración de mecanismos para transferir gradualmente capacidad de los países que pescan en aguas distantes a los estados ribereños en desarrollo.
El problema es que los grandes bancos de peces, de altamar, están siendo destruidos a ritmo acelerado. Y ahí, como nadie reclama esas aguas, parece a nadie importarle.



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