“…los ´hechos y personajes de la historia universal´ que ocurren
´por así decirlo, dos veces´, ya no ocurren la segunda vez como ´farsa´.
O más bien, la farsa es más terrible que la tragedia a la que sigue…”

Herbert Marcuse,
en el Prólogo a El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Karl Marx

 

Atravesamos un momento en el cual la humanidad se encuentra sumida en un profundo desconcierto. La sombra de la recesión económica y la profundización de la segmentación socioespacial; un contexto pandémico cuyo horizonte amenaza con un retorno al temprano 2020 -con todo lo inédito que aún espera y aguarda tras esta particular enfermedad global- y la sobredosis de información (desde lo verídico hasta lo absurdamente falaz), solapada con la expansión indefinida de lo virtual como una realidad paralela que abarca desde lo formativo hasta la agenda política, han dejado a todo el mundo sin un rumbo claro.

O quizás no a todo el mundo.

Para algunos, el desconcierto de esta sociedad pandémica resulta ser una inmejorable oportunidad. Ya sea con la aprobación tácita de algunos, con el favor indirecto de otros o simplemente con el convencimiento de que pueden hacer lo que deseen porque sí, un conjunto variopinto de actores sociales despliega sus recursos con el objetivo de incrementar sus ganancias sin importar los medios empleados para lograrlo, desde la quema intencional de pastizales y bosques hasta los derrames de petróleo.

Pero esto no es la novedad. Lo particular de estos tiempos está representado por dos características muy diferentes que convergen en un cuadro cuyo análisis y resolución resulta urgente: por un lado, la inusitada aceleración, violencia e intensificación de los procesos extractivistas; por el otro la inacción, la intrascendencia y el olvido en el que recaen todos y cada uno de los desastres que este extractivismo genera.

Hagamos un pequeño y no muy profundo recuento de nuestros tiempos recientes:

1 de Diciembre: una denuncia permite confirmar que en Punta Tombo, Chubut, un hombre con una topadora aplastó al menos a 292 pingüinos (alrededor de 140 nidos y 90 adultos), provocando un daño ambiental irreparable solo por la necesidad de querer abrirse paso en su terreno hasta la costa[1].

10 de Diciembre: un derrame de  alrededor de 3 millones de litros de petróleo se produce en la zona de Medanito, a 30 kilómetros de Catriel, explotación controlada por la firma Oldelval[2]. Como se pudo ver en algunas plataformas, la herramienta tecnológica contenedora del derrame –en algún tramo- fue una tradicional pileta pelopincho[3].

15 de Diciembre: en una sesión prácticamente improvisada, Mariano Arcioni, el gobernador de Chubut, aprobó la ley de zonificación minera.

Si bien –y como resultado de las presiones de una gran parte del arco social argentino- la terminó derogando pocos días después[4], vale aclarar que la campaña política pre-gobernación de Arcioni se centró en el “No a la Mina” (en referencia a la megaminería, una actividad de alto impacto ambiental que utiliza millones de litros de agua por día), discurso que cambió poco tiempo después de asumir el cargo. Al día de hoy, y con un enorme grupo de lobistas detrás que foguean su aprobación, continúan en la búsqueda de convertir la meseta chubutense en un área de sacrificio.

La defensa del “agua para la vida” por parte de las poblaciones de Chubut es una lucha que lleva ya casi 20 años y ha tenido sus reflejos en otros sitios donde se intentó implementar esta actividad extractiva.

19 de Diciembre: se desarrolla un incendio forestal en la zona de Aluminé, al oeste de la provincia de Neuquén.

22 de Diciembre: ante la intensificación de los incendios forestales en la zona de los lagos Martin y Steffen, al sur de Bariloche[5], se forma una comisión cuyo objetivo es enfrentar y controlar las llamas…quince días después de comenzados los incendios[6].

23 de Diciembre: como en el pasado marzo, otra vez los incendios forestales se abaten sobre la comarca andina, puntualmente en áreas próximas a las localidades de Lago Puelo y El Hoyo[7]. Más allá de la sequía y las elevadas temperaturas, la aparición de focos múltiples vuelve a poner el ojo sobre la intencionalidad. Al igual que en la zona de Bariloche, el principal señalamiento se orienta hacia la falta de atención e inversión en materia de prevención por parte del Estado. Hasta el final de este escrito, 28 de Diciembre, ninguno de los focos ha sido controlado.

Si a esta pequeña lista le sumamos las aberraciones edilicias que se imponen día tras día en las grandes ciudades –como la aprobación en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de la rezonificación de los predios de Costa Salguero y Costanera Sur[8] que eliminan el acceso directo al río-, nos encontramos con un panorama en donde casi a diario se avanza en contra del sentido y del bienestar común, en beneficio de aquellos grandes actores que a la luz o a las sombras, continúan con su voraz proceso de acumulación.

No obstante, ¿qué pasa con todo esto?

 

La sociedad disociada

Mucho no hace falta analizar o pensar: la respuesta es nada.

Más allá de denuncias, de circo mediático y de ínfimos arrestos de un ecologismo que es cada vez más imagen y menos materialidad –hablar de un punto de no retorno en este apartado no sería ilógico-, las acciones concretas y efectivas contra este avasallamiento son escasas e insuficientes. Parece ser que aquellos lugares distantes, ajenos, extraños, no logran construir un lazo empático y perecen bajo el peso de los imaginarios.

Las áreas de sacrificio, los desiertos, las “lomas del orto” –como se ha podido leer en redes sociales[9]-, esas falaces construcciones de ajenidad enmascaradas bajo el símbolo del progreso y cuyo perfeccionamiento semántico no deja de sorprendernos, son las que se imponen en esta contemporaneidad mediatizada y virtualizada.

Poco importan los reclamos, las voces de protesta de los pobladores, de aquellos que, como supieron analizar Henri Lefevbre y Edward Soja, constituyen al Espacio Vivido. Esas personas, los verdaderos habitantes de esa realidad extraña para los centros del poder y el discurso son las que a diario deben enfrentarse con complejas situaciones: falta de agua potable, aire irrespirable, sismos que se vuelven una constante, fumigaciones directas del cancerígeno glifosato e incluso la pérdida de absolutamente toda pertenencia en los incendios.

Aun así, no se logra obtener las repercusiones necesarias para impulsar un consenso general que nos acerque esas realidades. Desde el lado de los grandes grupos económicos y ciertos actores políticos y sociales sabemos bien que la ganancia se convierte en el principal obstáculo. Pero para el ciudadano de a pie el análisis es un poco más complejo: ¿qué nos hace indolentes a esta sucesión de tragedias ambientales?

Aleksandr Dugin (2018)[10] mencionó en uno de sus discursos la problemática que define a nuestra sociedad actual: en su avance incontenible, el capitalismo apunta a atomizar el entramado social hasta llegar al último reducto, indivisible, que es el individuo. Si con el neoliberalismo apareció un nuevo tipo de subjetividad caracterizado por la proyección del yo sobre el nosotros –retratado con gran acierto por Robert Castel y Richard Sennett-, con la profundización de este sistema esta subjetividad derivó a su vez en un despliegue de campos y reivindicaciones cuyo resultado final es la individuación extrema del sujeto. Es cada vez más complejo “encontrar” dos individuos que compartan el 100% de sus pensamientos y prácticas. Por lo contrario, es mucho más sencillo encontrar dentro del conjunto social elementos que provoquen la división antes que la cohesión.

Este contexto promueve otra característica particular que en su amplia y reciente obra François Dubet caracteriza como “la época de las pasiones tristes”[11]: un cuadro de situación en donde la profunda diversificación e individualización de la sociedad impide crear lazos empáticos que puedan generar conciencia masiva sobre los acontecimientos.

 

Y como para complicar aún más las cosas, esta sociedad contemporánea está ordenada y organizada por la información y las imágenes (solo pensemos en cómo cualquier plataforma de streaming puede decidir por nosotros lo que queremos ver –y de ahí extrapolemos al resto de la vida cotidiana-, donde queremos viajar, que comprar o incluso a quien votar). De allí en adelante, se deja de experimentar para consumir, se deja de vivir para producir y se selecciona como útil y fructífero solo aquello que nos resulte funcional: despojado el bien de su esencia, solo queda el producto.

 

En dos textos de edición reciente, Slavoj Zižek y Byung Chul Han (ambos de 2021[12][13]) ilustran lo particular de nuestros tiempos. Por un lado el intelectual esloveno nos refiere una época en donde se nos ofrece política sin política, guerra sin guerra u otredad sin otredades. En esa misma línea, el coreano aborda con preocupación que la humanidad hoy ha perdido todo vínculo con su entorno, encegueciéndonos bajo las luces de un repertorio de imaginarios construidos en base a la información y el consumo efímero y que –unificando aportes de ambos- incluso dentro de los metaversos de las redes sociales (y con gran probabilidad de acierto, también en algunas esferas de la vida real), ni siquiera nuestro Yo es Yo ante la sociedad.

 

Resultado de todo lo expuesto: frente a estos eventos de profundo impacto ambiental, observamos tragedias sin tragedias y consumimos ambientalismo sin ambientalismo (cualquier similitud con los adalides del desarrollo sostenible no es pura coincidencia); nos disputamos sentidos, identidades y representaciones a uno y otro lado de la problemática; y nos resignamos a la desigualdad en una vorágine de disociación que paradójicamente nos vuelve tan distantes como impunes.

 

Mientras tanto, el foco del problema sigue allí, repitiéndose una vez tras otra.

 

Primero como tragedia, después como farsa

En su desarrollo, la humanidad supo –a partir del advenimiento de la sociedad industrial- convertir los medios en los fines. De esta manera, y a través de un proceso en donde el humano como especie es partícipe principal y responsable directo, la naturaleza dejó de ser el refugio, el medio para la subsistencia, para convertirse simplemente en un lugar hostil que funge como generador de riquezas mediante la extracción demencial de todo tipo de materias primas.

El bienestar deja de ser una cuestión común para pasar a ser un parámetro segregacionista en donde algunos pocos satisfacen sus necesidades (ya muy lejos de las necesidades básicas) mientras que la gran mayoría se lanza en una carrera hacia la supervivencia en donde los participantes son cada vez más.

Lanzados involuntariamente en esta carrera, dejamos de reflexionar sobre las crecientes y continuas señales que nos da la naturaleza: ya sea desde esta sociedad impermeabilizada por las pantallas y disociada de su responsabilidad por la coyuntura, como también por parte de las políticas y los políticos que no terminan jamás de concretar planes de acción. Y si a esto le sumamos el hermético, cíclico y tendencioso tratamiento que se les da a estas cuestiones desde el conglomerado de medios de comunicación y redes sociales, el resultado es preocupante.

La película recientemente estrenada “Don´t look up” no es más que una parodia de lo que en realidad ocurre en un mundo bajo riesgo inminente: la información debe superar múltiples filtros, desde la banalización y ridiculización mediática, los lobbies corporativos, las decisiones institucionales y finalmente, las tendencias de mercado (quizás el filtro definitivo).

Esa tragedia –que puede ser una escuela fumigada en un pueblo del litoral argentino- generará alguna repercusión hoy y será anunciada como tal. Sin embargo, cuando ocurra por segunda, tercera o cuarta vez (o cuando se convierta en la norma), es cuando se inicia el dispositivo de disociación: se separará la tragedia, el impacto, la repercusión, el territorio y la acción ulterior, lo cual allana el camino para construir una simple farsa sin mayor trascendencia.

Esta preocupación, que salvo contadas excepciones no supera  a un pequeño titular en los medios, un tuit, un like o un comentario en las redes, se convierte en una acción tan volátil como banal que es de inmediato sepultada por otra acción similar destinada a un paisaje o una frase, algo que en su reiteración construye un sinfín de tendencias de indignación selectiva y efímera como los “pray for”, los “todos somos” o los “basta de”.

 Y esto no queda solo en las redes sociales. También asciende a los diversos niveles y ámbitos de la sociedad y el Estado como institución y organismo, replicando la misma estructura efímera y volátil una y otra vez, señalando responsables, amagando acciones y prometiendo soluciones que –sin importar bandera o inclinación política- no aparecen jamás.

De allí parte el encuadre de esta breve reflexión. Toda tragedia que ocurre en el plano de lo socioambiental es denunciada, vociferada y discutida hasta que se pierde en la nada misma, mientras se sigue reiterando en un segundo plano.

El hecho de que para atender los incendios de la Comarca Andina hayan tenido que trasladar los aviones y helicópteros hidrantes (uno de cada) desde el incendio del Lago Steffen –por una simple cuestión de prioridad: el fuego está más cerca de las casas- mientras se recorre la zona y se habla de mejoras e inversiones tendientes a prevenir los desastres, es fiel reflejo de nuestros tiempos: cuando se tienen incendios forestales cada verano, cuando se fumiga en cada temporada, cuando se desata cada uno de los sismos en las zonas de fracking, se inicia la maquinaria discursiva de atención/análisis/inversión/prevención. Pero, al menos por ahora, jamás pasa de esa instancia.

La paradoja de un extractivismo urbano que está erradicando los espacios verdes de la “ciudad verde”, tal como se autodenomina Buenos Aires, o el mismo proyecto Navidad, principal proyecto megaminero que se yergue detrás de la zonificación aprobada y derogada a la fuerza por Arcioni, contribuyen a reforzar este peligroso juego de provocar la catástrofe, denunciarla y luego repetirla hasta que se instala por olvido o desinterés: primero como tragedia y después como farsa y, como bien dijo Marcuse, una farsa que termina siendo mucho peor que la tragedia que la precedió porque no pasa el nivel de la denuncia y se diluye en el comodismo de la visibilización y la protesta mediática sin un transfondo que cimente transformaciones radicales.

Cuando Castel hablaba de la metamorfosis de la Cuestión Social bajo el capitalismo neoliberal quizás no esperaba, en un horizonte no tan lejano, una degradación tan profunda del pacto social. En este contexto de agotamiento, de cambio climático y crisis, nos debemos un debate que integre a toda la sociedad: comenzar a refomular precisamente esa cuestión, a resignificarla y abordarla desde una óptica más plural e integradora, porque un equilibrio social no puede estar estructurado únicamente en torno a la variable económica. Es necesaria, claro está, pero si no pensamos en como abordar la cuestión ambiental y espacial estaremos reproduciendo la misma farsa que nos trajo hasta aquí.


Por Rodrigo Javier Dias. Docente, Escritor e Investigador.

Es el creador y director de Un espacio Geográfico, y autor de los libros «En el borde – Siete historias oscuras» y «Desde el infierno urbano», de reciente edición.

Es Licenciado en Enseñanza de las Ciencias Sociales con orientación en Didáctica de la Geografía por la Universidad Nacional de San Martín. Profesor de Geografía por el Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”, con especializaciones en Geografía de África y Oceanía, Geografía de Asia y Geografía de la República Argentina – Procesos Sociales y Económicos. Actualmente se encuentra en el proceso de elaboración de tesis final de la Maestría en Sociología Política Internacional por la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

También es Docente en nivel medio, en formación docente por el Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González” y a nivel superior por la Universidad Autónoma de Entre Ríos. 



[1] En línea en: https://www.pagina12.com.ar/386153-punta-tombo-mato-a-mas-de-90-pinguinos-y-con-una-topadora-ap

[2] En línea en: https://opsur.org.ar/2021/12/15/derrame-en-catriel-el-rio-negro-que-nadie-quiere/

[3] En línea en: https://www.diariopopular.com.ar/general/rio-negro-ponen-una-pelopincho-contener-el-derrame-petroleo-n605941

[4] En línea en: https://www.pagina12.com.ar/390588-arcioni-anuncio-la-derogacion-de-la-ley-de-zonificacion-mine

[5] En línea en: https://viapais.com.ar/viedma/el-incendio-en-el-lago-steffen-llego-a-la-cumbre-del-cerro-santa-elena/

[6] En línea en: https://www.anbariloche.com.ar/noticias/2021/12/22/83236-conformaron-un-comite-de-emergencia-regional-por-los-incendios-en-lago-steffen

[7] En línea en: https://www.pagina12.com.ar/391517-preocupacion-en-lago-puelo-por-un-incendio-que-arraso-mas-dev

[8] En línea en: https://www.tvpublica.com.ar/post/aprobaron-las-torres-de-lujo-de-larreta-en-costa-salguero-y-costanera-sur

[9] Aún pueden leerlo en https://twitter.com/ecres70/status/1471479378634813448?t=QIzbzYb2WEHo1-JG1HbT8w&s=19

[10] Dugin, A. (2018). Geopolítica Existencial. Nomos: Buenos Aires, Argentina.

[11] Dubet, F. (2020). La época de las pasiones tristes. Siglo XXI Editores: Buenos Aires, Argentina.

[12] Zižek, S. (2021). Chocolate sin grasa. Ediciones Godot: Buenos Aires, Argentina.

[13] Han, B. (2021). No-Cosas. Taurus: Buenos Aires, Argentina.

Publicado originalmente en Un Espacio Geográfico. 

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