Cuentan que sobre el arrecife de Huéacuf, situado cerca de la desembocadura del río Douglas, en la costa occidental de la isla Navarino, vivía un feroz elefante marino. Toda piragua que pasara por aquel paraje era atacada de inmediato por él: la destrozaba y mataba a los tripulantes, llevándoselos a la playa para devorarlos. Había muchas familias que lamentaban la pérdida de sus parientes.

El pequeño Omorra, conocido como extremadamente ágil, diestro e inteligente, y por eso consultado por casi todos aquellos deudos, les expresó que le parecía que todos éstos habían sufrido la misma suerte, pues en ningún caso hubo sobrevivientes. A instancias de ellos, se dedicó a observar lo que ocurría. Para este objeto trepó a un cerro y siguió con la vista el viaje de una piragua. Lleno de espanto pudo ver cómo fue atacada por un elefante marino de enorme estatura, que luego devoró a todos los tripulantes. Informó de inmediato sobre lo que había visto, y los parientes de las víctimas se colocaron luego en el cuerpo la pintura negra que exterioriza el luto.

Omorra, que era capaz de elaborar los mejores arpones y hondas, se dedicó de inmediato a prepararse para atacar a esa foca. Ya en situación de hacerlo, llamó a cuatro mujeres para que bogaran rápidamente la piragua en dirección a aquella roca. Tan pronto llegaron allá, la bestia se les acercó, pero Omorra le disparó una piedra con su honda, destrozándole un ojo. Al segundo disparo, ella quedó ciega y gritó lastimosamente. Luego el pequeño héroe tomó el arco, disparó una flecha y se la incrustó en el corazón. El animal alcanzó la orilla del mar y fue capaz de trepar hasta el arrecife de Huéacuf, donde falleció y se petrificó. Debido a ello, todavía lo reconocerá sin dificultad quien pase frente al lugar. Todos manifestaron a Omorra sus agradecimientos por su valiente actitud.

Otro hecho notable lo destacó poco después. Quihuagu, la gaviota negriblanca, que se asemeja a un dominico, por lo cual los científicos así la llaman (Larus dominicanus), había enviudado y vivía con una hermosa hija. Quetela, el traro, se enamoró de ambas y se desposó con ellas, llevándolas a su choza (en aquel tiempo todavía no eran animales). Era muy habiloso en la elaboración de arpones, y salía frecuentemente con Quihuagu a pescar peces y recoger jaibas, quedando sola en el hogar la mujer, que era de tierna edad.

Dos hermanos Huashénim (cormoranes negros) se enamoraron de ella y le hicieron la corte, pero la joven rechazó todos sus requerimientos. Y cuando en otra ocasión trataron de apoderarse de ella por la fuerza, ella los resistió e insultó, y como aquellos hermanos nada lograron, se vengaron matándola.

Al emprender la fuga, ellos se encontraron con Quihuagu, y se comportaron de una manera tan insegura y rara, que la mujer sospechó de inmediato que habían cometido alguna maldad a su hija. Corrió a la choza, pero la joven no contestaba a sus gritos, y luego la encontró muerta. Estaba desconsolada.

Más allá, los hermanos Huashénim se encontraron con Quetela, sentado en una colina y trabajando en la terminación de un arpón. Se le acercaron en son de burla y lo golpearon con una vara en la cabeza, por lo cual el traro la tiene plana. Se apresuró éste a llegar a su choza, donde se enteró de la desgracia ocurrida.

Pronto se reunió allá una numerosa parentela, pues (como se sabe) la de las gaviotas es muy grande. Ni siquiera faltaron en esa manifestación de luto los hermanos Huashénim, pero su mala conciencia los hizo mantenerse a cierta distancia, encima del barranco de Lashahuaya, situado sobre la isla Hoste, frente al canal Molinare.

Al avistarlos, los presentes se irritaron por la insolencia de los asesinos y dispararon sus hondas para castigarlos. Estaban, empero, demasiado distantes, y las piedras no los alcanzaban.

Se les ocurrió entonces llamar al pequeño Omorra, conocido como excelente cazador. Tardó en llegar a aquel sitio, pues en el camino se dedicó a ejercitarse en el uso de su honda, a fin de alcanzar a los asesinos. Disparó una gran piedra hacia el sur, la que abrió el canal Molinare y separó por medio de él las islas de Navarino y Hoste. Dos proyectiles disparados hacia el poniente abrieron los canales Noroeste y Suroeste del de Beagle. Una cuarta piedra arrojada hacia el oriente formó el curso recto del canal Beagle al Mar Antártico, pasando al norte de las islas Picton y Nueva. Otras piedras que disparó con su honda formaron los demás canales y fiordos de la región.

Muchos se rieron cuando llegó el pequeño Omorra con tres enormes piedras en las manos, que apenas podía acarrear. La primera que arrojó en dirección de los hermanos Huashénim pasó justamente entre ellos; las otras dos, sin embargo, dieron en las metas y mataron a los dos asesinos. Ambos fueron transformados en rocas, que se encuentran todavía allá, sobre el barranco de Lashahuaya y que todos conocen con el nombre de "Los dos Ancianos".

Estos y muchos otros son los hechos que dieron fama a Omorra, y si visitara con mayor frecuencia este remoto y aislado archipiélago del Cabo de Hornos, no cabe duda que los yamanas habrían hecho mayores progresos. Más tarde, aquel pequeño hombre tan habiloso se transformó en el picaflor, y es sabido que éste llega a Tierra del Fuego sólo durante una brevísima temporada de verano.

*Texto adaptado de Mitos y Leyendas de Chile, de Carlos Keller.


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