Formación cívica: la riqueza
En esta
sesión de formación cívica nacional vamos a hablar de la riqueza.
La
riqueza puede ser entendida en base a dos acepciones:
1. En
lenguaje corriente, la palabra riqueza significa "abundancia de bienes,
dinero, valores de toda especie". En este sentido la palabra designa una
situación de fortuna y se opone a pobreza, indigencia, miseria. La riqueza
representa una posibilidad de "goce" y una posibilidad mucho más
importante de poder (influencia social, política; capacidad de dirigir la labor
de otros muchos). La riqueza-goce se desarrolla y gasta generalmente bajo la
forma de renta, y la riqueza-poder se afirma y fortifica con la apariencia de
"capital".
2. La
palabra riqueza sirve también para designar "grandes bienes".
Identificando
la "riqueza" con la producción, en el sentido en que se considera la
riqueza de un país la suma de sus producciones, se plantea el problema clásico
de saber cuáles son los agentes de la producción, ¿de dónde y por qué surge la
producción? ¿Qué factores intervienen en ella?
Desde
los primeros economistas se ha pensado en la existencia de tres agentes de la
producción: La tierra, el trabajo y el capital. De los tres, sólo el trabajo
puede pretender el título de agente de la producción; sólo el hombre desempeña
un papel activo; sólo él toma la iniciativa de toda operación productiva.
La
tierra desempeña un papel pasivo; es una especie de factor
"originario" de la producción; es preexistente al trabajo del hombre.
El
capital, en realidad, no es más que un factor dependiente que deriva de los
otros dos. El capital es un producto del trabajo y de la Naturaleza (lo que los
primeros economistas llamaban Tierra, es mejor llamarlo Naturaleza, dado que no
sólo se trata del suelo cultivado, sino también del medio material, sólido o
gaseoso o líquido en el cual vivimos).
La
importancia del capital es en realidad muy moderna; sólo a partir de la
revolución industrial ha aparecido un sistema de producción en el que el
capital ha adoptado el papel fundamental y hegemónico. Sólo a partir del pasado
siglo se ha hablado de régimen o sistema capitalista al existente en una gran
cantidad de países, como opuesto a socialista, identificándose con el
predominio de la Empresa y a propiedad privada.
El
capital es una palabra fundamental en la Ciencia Económica y de difícil
definición, sin embargo, la primera apreciación que puede hacerse es la de que
"ninguna riqueza puede ser producida sin el concurso de otra riqueza
preexistente"; esa riqueza ya existente es lo que se llama capital.
Una
definición posible es la formada diciendo lo que se puede clasificar como
capital, así: “La primera materia preexistente a todo trabajo de producción,
es decir, todo bien que puede llegar a ser objeto de consumo por desplazamiento
o transformación”.
En
cuanto a las clases de capital, podemos distinguir:
·
Productivo: sirve para producir más bienes;
·
Consecutivo: destinado al consumo;
·
De uso: utilizado directamente por el
propietario;
·
Lucrativo: no utilizado directamente;
individual y social.
El
capital procede siempre de los dos factores fundamentales de la producción:
Naturaleza y trabajo (para Marx el capital es "trabajo
cristalizado"), pero en el sentido de que el nacimiento del capital supone
un excedente de la riqueza producida sobre la riqueza consumida, lo que puede
suceder de dos maneras diferentes: ya sea porque la producción haya excedido
las necesidades, ya sea que el consumo haya sido reducido a menos de lo
necesario; el ahorro supone esa actitud de "no gasto", de
abstinencia.
Dicho
todo esto, hay que hacer constar, desde luego, que "Capital" existe
en todos los países del mundo, porque en todos ellos existen riquezas de la
Naturaleza, trabajo, producción por encima del consumo. En donde difieren los
sistemas político-económicos es en la propiedad de esos capitales y en su
distribución. Entonces nos encontramos con sistemas capitalistas, con sistemas
socialistas y con sistemas mixtos que hay que reconocer son casi todos en la
actualidad, dado que quizá ningún sistema sea capitalista o socialista puros,
aunque es bien cierto que en la mayor parte de los casos existe predominio
claro de una u otra de las fórmulas tipo.
El
capitalismo puro supondría un sistema caracterizado por un ilimitado afán de
lucro. Dentro de él, la existencia de los siguientes elementos:
·
Propiedad privada de los bienes de producción.
·
Libertad de empresa.
·
Libertad de contratación y consumo.
·
El precio, como regulador de las relaciones
entre comprador y vendedor.
·
El lucro como móvil de todo el sistema.
·
El consumidor como árbitro de la producción.
El
sistema económico de los Estados Unidos es el más cercano a este esquema pseudoideal
y es realmente la moderna patria del capitalismo. La primera gran potencia
capitalista del siglo pasado, la Gran Bretaña, deja mucho que desear desde la
órbita capitalista por la política de nacionalizaciones y seguridad social de los
gobiernos laboristas.
La
palabra capitalismo, el mote "capitalista" con sentido despectivo, es
usado sobre todo por los enemigos del capitalismo, dado que los regímenes
capitalistas prefieren autocalificarse como "de libre empresa" o
cualquier otra expresión que haga referencia a la libertad económica, en el
sentido de no intervención estatal.
Ya hemos
dicho, sin embargo» que el capitalismo puro apenas se da en el mundo actual; la
planificación económica que durante mucho tiempo se ha considerado como
exclusivamente socialista, cuando no "comunista", es usada ampliamente hoy día
por regímenes que en lo económico son fundamentalmente capitalistas, como
Francia.
Lo
malo, para sus críticos (y entre ellos se encuentra hoy día la mayor parte de
la humanidad) no es el capital, sino el capitalismo.
Hay
que distinguir tres modos de empleo del capital:
El
primero es el del artesano, el del campesino, es decir, el
trabajador independiente, propietario de sus instrumentos o de sus anticipos y
que los emplea en aumentar la productividad de su trabajo, cuyos productos
guardará.
El
segundo sistema es el del contratista que "hace valer" su capital
mediante las manos de los trabajadores asalariados que él agrupa, que él manda,
y se apropia del producto de ese trabajo colectivo (al que hay que incorporar
la técnica) y los provechos que el mismo comporte.
El
tercer sistema es el del capitalista-rentista, que, no teniendo el deseo o la
posibilidad de hacer valer por su propio trabajo ni por el de los obreros
asalariados, el capital que posee, lo "coloca", es decir, lo presta a
un contratista, generalmente a una sociedad o compañía, para hacerlo valer
productivamente, y se contenta con cobrar los intereses o dividendos.
Estos,
segundo y tercer sistema son los criticados por los socialistas, ya que,
piensan, bajo tal régimen económico, el capital no es un medio de aumentar el
poder del propio trabajo, sino un medio de obtener la mayor parte "del
trabajo ajeno”.
En
pura teoría socialista este sistema ha creado la división de la sociedad en dos
clases: de una parte, una pequeña minoría que posee todo el capital; de otra,
la masa que no dispone de ningún instrumento de trabajo y que, por lo mismo, no
puede trabajar ni vivir sino bajo las condiciones que le impone la clase
capitalista. De ahí surge de la lucha de clases.
Partiendo
de una estructura capitalista parece difícil negar la existencia inicial de esa lucha de clases y de la existencia histórica de una
compleja y, en ocasiones sangrienta, lucha de la clase obrera para mejorar las
condiciones de trabajo y existencia. Negar la lucha de clases por su superación
supone una transformación de las estructuras socioeconómicas, por la
nacionalización, socialización municipalización, sindicalización o cualquier
otro procedimiento colectivizado de los medios de producción, o, al menos una
profunda transformación de la empresa en el sentido de eliminar al capitalista
como "rey absoluto" de ella, para transformarlo, al menos, en
"monarca constitucional".
A ello
se refería Pío XI en la Encíclica "Quadragessimo Anno", al pedir que
el contrato de trabajo fuera modificado, incorporándole elementos del contrato
de sociedad.
En
este sentido, y ante el fracaso práctico de las ideas de Pío XI y del
corporativismo fascista, se planteó el llamado "capitalismo popular", de origen alemán, que buscaba a convertir en accionistas de sus propias empresas a los obreros que en
ellas trabajaban, esquema utilizado en pequeña escala en el Chile de Pinochet y en cierto modo a la caída de la URSS, con resultados similares. De este mismo género fue la "participación" gaullista, que infructuosamente apuntó a una intervención activa de los
obreros en sus fábricas, incluso a nivel de dirección o Consejo de Administración.
Lo que
parece claro es el fracaso, en sentido global, del viejo capitalismo que
necesita, por su propia esencia, la existencia de grandes masas de parados y
que, aun en su más esplendorosa expresión, la del capitalismo norteamericano,
no ha logrado evitar que un 20 por 100 de su población no supere niveles
económicos de pobreza, en medio de una sociedad que, mayoritariamente, ha
alcanzado niveles económicos de renta per cápita que parecían imposibles de alcanzar hace cuarenta años.
Esta aparente riqueza supone además la alienación de las masas por el consumo estéril y estúpido de cosas de
las que no se tiene necesidad, a través de una intoxicación publicitaria, y la explotación
de los hombres de otros países, los llamados "subdesarrollados", que
alguien, agudamente, ha calificado como de "naciones proletarias".
El
sistema capitalista, basado sustancialmente, por un lado, en la propiedad
privada sin límites y por otro en la empresa privada, es el fruto del
liberalismo, y alcanza su expresión más clara en el siglo XIX. Enfrente de esta
concepción han ido apareciendo limitaciones a la propiedad privada que, en los
últimos tiempos, terminan señalándole un sentido y un contenido social,
mientras el dominio privado de los medios de producción ha encontrado enfrente,
primero en la teoría socialista y más adelante en la práctica, las
nacionalizaciones, socializaciones, municipalizaciones y provincializaciones.
En
cuanto al movimiento nacionalizador, dice el jurista Garrido Falla que
"las nacionalizaciones se han producido en el panorama mundial por olas
sucesivas que caracterizan diversos períodos, cada uno de los cuales presenta una
fisonomía propia". El primero, inmediatamente después de la toma del poder
por los soviets en Rusia. En el período de entreguerras, algunos países de
Europa Occidental realizaron ciertas nacionalizaciones, como Gran Bretaña la
aviación comercial y la radiodifusión, pero con las correspondientes
indemnizaciones al sector privado.
Después
de la II Guerra Mundial la nacionalización dejó de ser un fenómeno excepcional,
aunque en Europa se iba desarrollado con ritmo variable; de manera
extraordinaria en la Europa del Este, de signo socialista, en que la propiedad
privada de industrias es la excepción, y no la regla, en la Europa Occidental
son de destacar las nacionalizaciones británicas llevadas a cabo por el Primer
Gobierno laborista de la posguerra; luego fueron deshechas por Margaret
Thatcher en los ochentas, en un movimiento neoliberal que ha sido repetido como dogma en buena parte del mundo.
La
próxima sesión vamos a tratar la temática del desarrollo, que es, y a que se
refieren aquellos que hablan de un "país desarrollado".