¡Tanta gente que se ahoga todos los años en el mar, lagos, lagunas y ríos! ¿A qué se debe? Pues, ¡escuchad!

En realidad, ya lo sabían los araucanos, pero no hay campesino en Chile que no sea capaz de explicarlo: es que en las corrientes de agua vive un Chrelque, Cuero o Manta.

Tal como lo indica su nombre, es un animal que se asemeja a un pellejo extendido, del tamaño de un cuero vacuno, que dispone en todo su contorno de numerosos ojos, encontrándose cuatro de ellos, de mayor tamaño, en la parte que corresponde a la cabeza, como también de numerosas y poderosísimas garras. Cuando alguien se baña y lo descubre el Cuero, lo envuelve, arrastra al fondo y despedaza. Su fuerza es tan grande que puede devorar hasta a un jinete con su caballo.

A veces se le ve a orillas del agua, asoleándose, pero cuando alguien se le acerca, se levanta un torbellino que lo arroja al agua. Es, sin embargo, posible matarlo y apoderarse de él: para ello basta con tirar al agua algunos quiscos, cuyas púas lo lastiman de tal manera que pierde su sangre y se muere.

Los araucanos, que lo llaman Chrelque, lo consideran un huecufü o maleficio. Creen que se le puede cazar con un lazo confeccionado con las fibras del lleivún.

Un mapuche rico pretendía la hija de un cacique pobre, pero ella lo repudiaba porque era feo y tenía un solo ojo. Como su padre había perdido su fortuna, que le había sido robada, Insistía, sin embargo, en que se realizara el matrimonio, pues el pago que tenía que hacer aquel pretendiente por su hija era considerable, y de ese modo pensaba restablecer su situación.

Un día, la joven fue a buscar agua en una laguna vecina, y no regreso. Por mucho que la buscaran el padre y el novio, no la pudieron encontrar, y ambos estaban muy desconsolados. Los vecinos sostuvieron que ella había sido raptada por un calcu (brujo).

Perdidas ya todas las esperanzas de recuperarla, se presentó un sobrino del cacique. Naneo (Aguilucho), quien se ofreció para encontrarla, siempre que el padre consintiera en que se casaran. Estaba dispuesto a pagar por ella también el precio exigido por aquél. Así se convino.

El joven había observado un Cuero en la laguna donde la muchacha solía buscar agua, por lo cual se fue al monte y cortó muchos quiscos. Premunido de ellos volvió a la laguna y entró en ella sin temor alguno. De inmediato, el Cuero se precipitó sobre él, pero como Naneo llevaba quiscos amarrados a los pies y otros en las manos, el animal se lastimó y daba saltos en el agua. Naneo se sentó encima de él, usándolo como embarcación.

El animal se desangraba y perdía fuerzas, pero fue capaz de alcanzar un árbol que crecía en el agua, que echó a un lado, gracias a lo cual Naneo pudo ver la entrada a una cueva. De inmediato penetró en ella. Descubrió un Invunche, es decir, un ser humano que brincaba sobre una pierna, por encontrarse la otra desarticulada de tal manera que estaba pegada al cuello; su cara estaba, además, vuelta hacia atrás. Parecía hinchado. Naneo se precipitó sobre ese monstruo de un salto, le tomó la cabeza y la dio vuelta. El atacado cayó al suelo y el joven le hincó su cuchillo en el vientre, del que salió mucho aire, silbando. Poco a poco se desinfló el Invunche, fue empequeñeciendo y finalmente murió.

El joven inspeccionó en seguida la cueva y encontró dentro numerosas muchachas amarradas al fondo de la guarida. Entre ellas se encontraba la hermosa hija del cacique.

Le informaron que el Cuero era un instrumento del calcu que vivía en la cueva y que éste lo empleaba para apoderarse de las jóvenes en la laguna y entregárselas. El brujo las mataba para chupar su sangre, de la que se alimentaba.

Naneo puso a todas esas jóvenes en libertad, y mientras salían pudo observar que las piedras de la cueva brillaban como si fueran de plata. Llevó algunas consigo y las escondió en el tronco que servía de portón de la cueva.

El Cuero, entre tanto, había muerto. Naneo lo sacó del agua y se lo llevó a su tío, el cacique, informándolo de lo ocurrido. Lo invitó a acompañarlo para ir a saludar a su hija y demás jóvenes salidas de la cueva. El cacique estaba fuera de sí de alegría al reconocer a la muchacha.

Recuperada ésta, volvió a pedirla el primer pretendiente, y como éste no quería entender buenas razones, atacó a Naneo; pero en la lucha éste le reventó el ojo que le quedaba, de modo que perdió la vista, y tuvo que renunciar a la joven. Ahora por fin el padre consintió en el matrimonio. Con las piedras argentíferas encontradas en la cueva, Naneo compró ganado para el suegro, vestidos para su mujer y un caballo ensillado para sí mismo, ricamente enjaezado con adornos de plata.

*Texto adaptado de Mitos y Leyendas de Chile, de Carlos Keller.


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