Hoy, comenzando un nuevo gobierno en nuestra república, vamos a comenzar con el análisis de un sistema político que tiende a ser banalizado y achacado de manera muy liberal a multitud de corrientes políticas. Nos referimos al fascismo. 

Originado en la Italia, tras la Gran Guerra, el fascismo fue definido por el propio Mussolini como "práctica y es pensamiento, acción animada por una doctrina inmanente, y doctrina que, surgiendo de un sistema dado de fuerzas históricas, no se desliga de él, sino que obra en él desde dentro. Tiene, pues, una forma correlativa a las contingencias de lugar y de tiempo, pero a la vez posee un contenido ideal que,  en la historia superior  del pensamiento, es  la fórmula de una verdad". Claramente, el fascismo se asienta en el irracionalismo, que encuentra en el resentimiento la capacidad para hacerse de una base material concreta: el lumpenproletariado. 

Sobre la distinción entre Estado y Nación, el fascismo plantea que "no es la nación la que engendra al Estado, según afirmaba el gastado concepto naturalista que sirvió como base a la publicidad de los Estados nacionales del siglo XIX.  Por el contrario, el Estado crea a la nación, dando al pueblo, consciente de su propia unidad moral, una voluntad, y, por lo tanto, una efectiva existencia. El derecho de independencia que tiene una nación no procede de una literaria e ideal conciencia de su propio ser, y tanto menos de una situación de hecho más o menos inconsciente e  inerte, sino de una conciencia activa, de una voluntad política en función y dispuesta a demostrar su propio derecho: vale decir, de una especie de Estado  ya in fieri. Y en efecto, como  voluntad ética universal, el Estado es creador del derecho". 


¿Cuándo un régimen es o no fascista?


La respuesta a esta pregunta, eje de esta breve minuta, será la misma que planteó Carlos Hermoso en una columna a propósito de la comparación del chavismo y el fascismo

El fascismo es correspondiente con una fase del desarrollo del capitalismo monopolístico. Aparece en medio de grandes crisis, o durante crisis revolucionarias. Logra unificar a la sociedad para lanzarse a la aventura de expandirse a la fuerza. La oligarquía se pone al frente y se impone como capitalista total para atender la crisis con base en los requerimientos que le permitan entrar a competir en el reparto de un mundo ya repartido. Se cumple lo dicho por Mussolini en su folleto La dottrina del fascismo: “Para el fascismo, la tendencia al imperio, es decir a la expansión de las naciones, es una manifestación de vitalidad”.

El fascismo supone la expansión del mercado externo por la vía de la fuerza. Las anexiones se convierten en el objetivo primero de los Estados fascistas. Son las medidas de fuerza las que les permiten hacerse de las determinaciones que sirven para elevar la cuota media de la ganancia de las grandes inversiones, mientras incrementan la composición de sus capitales. La expansión les permite hacerse de mercados, materias primas y trabajadores en condiciones hasta de esclavitud, como aconteció durante la segunda gran guerra por parte de los nazis. Muestra de ello es lo alcanzado por, entre muchos otros, Krupp-Hoesch, Siemens, Bayer, Mercedes-Benz, BMW, Porsche-Volkswagen, Audi, Allianz, BASF, Deutsche Bank, Dresdner Bank, y Hugo Boss, este último como diseñador de toda la gama de los uniformes nazis. O las estadounidenses IBM, General Motor, Ford, Coca-Cola, Dupont, principalmente.

El fascismo es, ante todo, una ideología que brota de las grandes potencias imperialistas que van tras la revancha. Supone desarrollo industrial y, por ende, avance científico tecnológico, lo que le brinda una elevada composición de capitales. De allí que los países emblemáticos sean la Alemania nazi de Hitler, la Italia bajo la égida de Il duce, y el Japón, bajo el principio del kokutai y la guía del emperador Hiroito. La guerra, bajo estos liderazgos, arrojan más de 60 millones de muertes, la inmensa mayoría, civiles.

Para el desarrollo de esa política, la oligarquía en cuestión se sustenta en el irracionalismo más abyecto similar al que conducen las ideas de Nietzsche. Destacan: el superhombre y el eterno retorno, que coloca la idea mitológica en el centro de la política, ensalzando la guerra como un acto virtuoso de depuración de la cultura. A su vez, desarrolla la teoría de la división de la humanidad en una raza de señores y otra de esclavos, el principio de la desigualdad de los hombres y el dominio de un restringido sector de selectos. Muy parecido al wasp estadounidense: blanco, anglosajón y protestante.

Eso explica la naturaleza política de corte fascista que prevalece en los Estados imperialistas. A la hora de encontrarse en una crisis que ponga en peligro el orden o apenas le cierre el paso para pugnar por la hegemonía, apela a esta su carta más drástica: el fascismo. De allí que sea una tendencia cuyo desarrollo encuentra bemoles, pero siempre está viva. El fascismo surge de una estructura económica concreta. Aquella que cuenta con la oligarquía financiera como hegemón. Trump es una muestra clara al respecto. (...)

De resto, las dictaduras en países de poco desarrollo capitalista –que no han alcanzado la industrialización, ni la posibilidad de convertirse en disputantes de mercados exteriores, de fuentes de materias primas, ni tienen capacidad para realizar inversiones directas instalando subsidiarias– expresan el fascismo en sus expresiones políticas para salvar el orden. (...)

América Latina, en países de muy poco desarrollo económico e industrial, es escenario de experiencias fascistas rupestres. Gorilismo y fascismo parecen sinónimos. Pero el fascismo agrega un enemigo concreto sobre el cual recae el odio. “Muerte a la inteligencia” –consigna asignada al coronel Millán-Astray ante Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936– encuentra eco en los militares o milicos de buena parte de Latinoamérica.

Pero sin dudas la experiencia más consecuente con el fascismo, de todas las latinoamericanas, fue el proceso adelantado en Argentina por Juan Domingo Perón. El país austral en esos tiempos era una de las economías mundiales más importantes. Previamente, en 1895, fue considerada la primera economía en términos del producto interno bruto per cápita. La implantación de una política basada en el corporativismo fue una especie de calco de la adelantada en la Italia fascista. Deriva en una estrecha relación que sostuvo Perón con los nazis y con Franco. La protección que acompañó la sustitución de importaciones marcaron una impronta que dividió a la sociedad argentina. Terratenientes y sectores oligárquicos industriales, fracciones de uno y otro sector, se enfrentaron coaligados contra sus pares. La incidencia estadounidense hizo mella y, ya pasada la segunda gran guerra, fueron por lo suyo y trabajaron en función de adocenar el proceso argentino para colocarlo a su favor. El asomo de un proyecto nacional, en momentos de relajación de las relaciones con los estadounidenses e ingleses –pasando por las contradicciones que se generaron producto de que los argentinos coparon mercados de los gringos–, dio paso a los consabidos condicionamientos imperialistas del nuevo hegemón. La dictadura gorila de Videla y compañía no guarda relación con el peronismo. Practica el terrorismo extremo, clara expresión fascista, pero desarrolla una política absolutamente antinacional.

La dictadura chilena bajo el mandato del nefasto Pinochet, ciertamente, fue fascista en la represión contra el pueblo, la clase obrera y los comunistas y socialistas. El cercenamiento de las libertades públicas más elementales y el terrorismo como práctica cotidiana, entre otros aspectos, le brindan ese carácter. Pero Chile no cuenta con un desarrollo que le permita disputarse mercados que no sea por la vía de la colocación del cobre con precio competitivo. (...)


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